El elixir de la eterna juventud
Esto es un extracto de un libro que se llama Arte y Ciencia de la retención seminal que reúne y combina sabiduría ancestral con investigaciones científicas modernas sobre este tema.
En ciertas culturas, la retención seminal fue considerada la clave de la longevidad masculina, una especie de elixir de juventud.
"El semen confiere al hombre belleza, fuerza física y mental, inteligencia y memoria. Su pérdida, en cambio, provoca tristeza y pérdida de memoria y vigor."
Los textos sagrados están repletos de leyendas acerca de hombres extremadamente longevos, en teoría gracias a la práctica de la retención seminal (entre otras cosas).
Pero, ¿hay algo de cierto en esto más allá de la leyenda? Para responder esta pregunta, debemos replantearnos ciertas concepciones sobre el envejecimiento.
Tendemos a pensar que el cuerpo es una especie de ‘máquina’ cuyos componentes (células) se desgastan y agotan. El envejecimiento estaría guiado, pues, por factores externos (estrés, toxinas, falta de nutrientes, etc.) hasta un límite práctico en que se produce alguna disfunción en cualquiera de los sistemas.
Hay ciertos datos que nos permiten sospechar que, quizás, la muerte no es más que un evento programado por nuestra fisiología, y que no depende realmente del desgaste que sufra el cuerpo.
Por ejemplo, en varios experimentos, insertar tejido de un animal joven en otro maduro, hacía a este rejuvenecer. Este proceso se repitió sucesivamente, y algunos tejidos seguían en buen estado tras diez trasplantes. El tejido injertado, de algún modo, era capaz de percibir el estado energético general del organismo y adaptar su actividad, rejuveneciendo. De hecho, el proceso contrario también se ha comprobado.
Por motivos que en parte serían resueltos más bien como una labor filosófica, la naturaleza programa la vida útil de los seres vivos, y la programa en extrema consonancia con la función reproductiva. Hay animales, como el salmón o la mantis religiosa macho, que viven solo hasta que se reproducen.
La mayoría de mamíferos son fértiles durante toda su vida, incluidas las hembras; y las que experimentan la menopausia, lo hacen por un período de tiempo equivalente a lo que cueste asistir a sus crías.
Conviene mencionar aquí la ‘teoría del soma perecedero’ de Kirkwood, que podría explicar rotundamente la relación entre longevidad y reproducción. Según esta teoría, el envejecimiento (concepto inaplicable a ciertas formas de vida, en especial las más primitivas) sería una estrategia biológica para optimizar el uso de recursos y concentrarlos en la reproducción. ¿Por qué permitir que un sujeto que ya ha dejado descendencia y ya ha visto sus mejores días consuma alimento que estaría mejor empleado en un sujeto más joven que aún no se ha apareado?
Otra forma de obsolescencia programada tiene que ver con el límite de Hayflick: el número máximo de divisiones que cada tipo de célula puede soportar.
Los espermatozoides poseen la mitad (23) de los cromosomas que tienen el resto de células del cuerpo. En palabras de Ernesto Prieto:
En lo que a edad respecta, toda vez que se crea un nuevo ser, las dos células germinales que lo conforman parecen comenzar de cero. ¿Acaso no envejecen estas células? Aparentemente, no (...). Esto significa que los alegres espermatozoides (...) que tú posees, tienen de hecho la asombrosa edad de 120.000 años (...). Para que esto ocurra es imprescindible que la célula germinal esté provista de mecanismos que impidan su envejecimiento (...). Quizás sea esta la explicación de por qué resulta beneficioso ahorrar energía sexual -tal vez porque el secreto de la inmortalidad de las células germinales sea alguna clase de energía sutil que beneficia al resto del cuerpo si se la absorbe.
Cuando se impide que la mosca de la fruta se reproduzca, esta puede vivir hasta diez veces más. ¿Qué ocurre si se revierte el proceso? De nuevo, Ernesto Prieto explica que:
Resulta asombroso observar cómo, ni bien se les provee de aminoácidos, desarrollan su aparato genital con rapidez y corren -es decir, vuelan- a copular frenéticamente… cayendo muertas instantes después.
Muchos indicios apuntan, pues, a que ciertas señales biológicas marcan el ritmo del envejecimiento y activan el programa de obsolescencia programada. Sin descartar otros posibles causantes, yo apostaría por la prolactina, una hormona pituitaria segregada tras la eyaculación. La prolactina inhibe la función sexual, en un mecanismo de autodefensa que, por cierto, la pornografía y el Efecto Coolidge se saltan: es famosa la anécdota del conejillo de Indias macho que, tras escapar de su jaula y asaltar la de las hembras, copuló con cada una de ellas hasta quedar rendido y dormir durante 3 días.
En su manual sobre teorías del envejecimiento, Bengston y Schaie analizan el papel de la hormona DECO, que marca el consumo decreciente de oxígeno según la edad, y también influye en la eficacia del metabolismo. La prolactina es una hormona muy cercana; como indica el nombre, induce la producción de leche en las mujeres y también actúa sobre varios órganos sexuales masculinos. Interfiere con la producción de ciertos esteroides asociados a la juventud, y deprime el sistema inmune.
Una advertencia: no conviene simplificar el papel de esta o ninguna otra hormona, que puede jugar papeles muy distintos en circunstancias variadas, según la persona y el tejido sobre el que actúe.
Otra opción, no incompatible con las anteriores, tiene que ver con la proteína SPOCD1, que protege a las células germinales de potenciales errores en la copia de los genes, permitiendo que el ADN pase de forma segura de generación en generación. ¿Puede esta proteína tener efectos adicionales en otros tejidos?
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